jueves, 18 de diciembre de 2008

La cabeza de la crisis

Sociedad abierta

ERNESTO REYES
A la generación a la cual pertenezco – ya de medio siglo en edades, unos más, otros menos- nos ha tocado sortear varias crisis económicas, pero acaso no tan severa como la actual.
Recuerdo cuando se devaluó el peso y la de 1982, cuando López Portillo, llorando “como un perro”, nacionalizó la banca, que luego recuperarían los capitalistas con la ayuda de Miguel de La Madrid, ruta que continuó después su alumno más aventajado, Carlos Salinas encargado de privatizar Teléfonos de México y de todo lo que se moviera en manos del Estado.
Hubo otro momento de incertidumbre, durante el terremoto del 85 donde mucha gente perdió bienes y a sus seres queridos, pero los daños se concentraron en la ciudad de México y en algunas entidades donde tembló.
La crisis con el “error de diciembre” del 94 llegó complicada ante dos fenómenos que pusieron al país a temblar; el alzamiento zapatista en Chiapas y el asesinato del candidato presidencial del PRI, Luis Donaldo Colosio. El 94, fue el año en que vivimos en peligro. Sin embargo, aún cuando el país sufrió inestabilidad política, la gente no se quedó sin empleo, o se redujeron sus expectativas de vida. Un año antes, se había firmado el Tratado Trilateral de Libre Comercio que significó el relanzamiento de la política neoliberal y la sujeción, cada vez más fuerte, de la mexicana respecto a la economía estadounidense.
De niños, crecimos con el tipo de cambio a 12.50 pesos por dólar, decretado desde el gobierno de Adolfo Ruiz Cortínez, que según la historia, se mantuvo al cabo de 22 años. Eran los tiempos del desarrollo estabilizador y México caminaba a paso lento aunque con menos presiones.
A causa de ello, quizás, la infancia no fue tan dura para nosotros porque había empleo, había dinero con qué comprar, aunque nunca fuera suficiente, pero casi no conocimos la palabra crisis.
La generación que nació en los años setenta, quedó marcada con la crisis, pero también por profundas reformas en el país que abrieron, por ejemplo, la participación política, después de la represión del 68, la actividad guerrillera y las protestas sindicales.
Ahora que recién tuve la oportunidad de viajar a la ciudad de México, vi con azoro cómo las principales tiendas lucen si no vacías, sí con menos gente comprando; hasta en las zonas del comercio informal suena menos el bullicio. En los restaurantes, por ejemplo, no hay largas colas características de la fiebre consumista provocada por el aguinaldo. Salvo Pino Suárez, las estaciones del Metro no están atestadas; bueno, hasta se encuentra boleto de regreso- en autobús obviamente- sin previa reservación.
Mucha gente se concentra comprando productos pero no tanto para su consumo o arreglo personal, sino en la modalidad de mayoreo o medio mayoreo, para luego irlos a revender y procurarse unos centavos.
Ahora que estuve en el DF, coincidí con la inauguración de la línea 2 del Metrobús, que viene sobre el Eje 4, antes conocido como Xola, pasando por la glorieta Etiopía y doctor Vértiz, de buenos recuerdos, cuando vivía a la altura de Petén, en la colonia Narvarte.
El Metrobús es una buena alternativa de transporte público, no como acá, donde el municipio y el gobierno no pueden ordenar ni castigar a voraces empresarios que siguen martirizándonos con sus chatarras. Bueno, hasta los ambulantes en la capital del país están siendo controlados para que no se enguyan a la vía pública.
El paisaje incluso es diferente porque desde las primeras horas de la tarde cierran algunas calles del centro histórico para estimular las compras, y otras como la de Regina, ya se convirtieron en peatonales.
El ordenamiento sin embargo, no ha beneficiado al comercio que esperaba para diciembre un repunte de su situación, ya que salvo el moderado entusiasmo que genera la pista de hielo, hay pocos compradores ante la incertidumbre.
Esta es la percepción que anticipa una situación mucho más difícil para cuando se vuelva de vacaciones, misma que se palpa, por ejemplo, en librerías y lugares donde se vende música, que no tienen las aglomeraciones de años anteriores, por lo que tienen que recurrir a las ofertas del dos por uno a ver si así recuperan algo.
Es la cabeza de la crisis que asoma sus fauces.
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